Wednesday, March 30, 2005

Mi tierra

Desperté con el canto de un gallo acompañado del murmullo de las aves revoloteando entre toda esa hermosa vegetación. Qué espectáculo fue aquel al asomarme a la ventana y verme rodeada de enormes cerros pintados de verde y sentir el húmedo calor de mis raices; mi huasteca potosina. En la madrugada, cuando llegamos, no había alcanzado siquiera a imaginar la vista tan hermosa que apreciaría a la mañana siguiente. Superó mis expectativas. Respiré hondo y profundo y me convencí de que a partir de ese momento, todo quedaba atrás. Nada importaría más que yo y mis ansias de gozar mi estancia en ese lugar. Como si nada importara y como si nadie me esperara.

Conocí a Vianey hace dos meses y medio. Fue contratada en la empresa para la cual trabajo y en poco tiempo se convirtió en un excelente elemento además de una extraordinaria amiga. No es común que yo compagine tan bien con mujeres, de hecho, creo que la última vez que conocí a alguien así de chida fue a la Mir. En fin... Vianey me invitó a pasar en Xilitla, los únicos días que nos darían libres. Dudé un poco, pero al final de cuentas accedí y me alegra haberlo hecho. Nos hospedamos con su familia materna, quienes son originarios de allí y quienes se portaron muy lindos conmigo. La madre de Vianey es muy parecida a la mía. Una mujer fuerte, mente abierta, sarcástica con madres y rompe-esquemas. ¡Me encanto! Luego conocí a Rafael, su hermano mayor, quien viajaba desde Monterrey. Tal vez yo iba un poco predispuesta y tenía la imagen de una persona extremadamente seria y un tanto mamona y aunque a primera vista parecía estar en lo correcto, conforme pasaron los días y lo traté más, comprobé todo lo contrario y me topé con un hombre extremadamente interesante, agradable, atento y divertido. Muy chido el Rafa. Y así conocí a muchísima más gente muy peculiar que me recordaron por qué amo tanto a la huasteca y su gente. Son otro rollo, muy diferentes a los potosinos. Me sentía tan identificada con ellos que en ningún momento sentí nostalgia ó extrañé mi hogar. Raro, muy raro. Por lo general me “engento” facilmente.

Rafael me hizo favor de llevarme a visitar Huchihuayán, el pueblo natal de mi madre. Allí visité a mi tía Anis, a quien no había visto desde hace 6 años. Al instante, me llegaron bellos recuerdos de mi niñez. No había visitado Huichi desde que tenía 8 años. No sé por que demoré tanto en volver.

En resumen, mi estancia en Xilitla me dejó llena de imágenes, sabores, aromas y sentimientos difíciles de describir, pero indudablemente inolvidables. Aunque yo no haya nacido allí, toda mi familia materna es huasteca y su cultura la siento muy arraigada en mi. Mis ojos se llenaron de lágrimas en el momento en que observaba la procesión del silencio y unas mujeres indígenas que vestían las prendas tradicionales de su gente encabezando la procesión. El ver sus pies descalzos, su piel morena, sus prominentes pómulos, me llenó el corazón de orgullo al pensar que esa sangre corre por mis venas.

Este viaje a mi tierra no fue más que la medicina perfecta que necesitaba para sanar, aunque me dolió hasta el alma al momento de partir. Tres días no es suficiente.

De la Semana Santa en la Huasteca me quedo con...

Lo hermoso: los palos de rosa floreciendo a un costado de la carretera, ofreciendo un espectacular contraste con el verde de la vegetación y los diferentes tonos rosados de sus ramas.

Lo rico: el pan recién horneado y aún calientito de la panadería de la señora Imelda (mamá de Vianey) y el delicioso jobito.

Lo nuevo: las acamayas que son langostinos de río que jamás había probado.

Lo paranormal: La reja que se abrió sola y la silla arrastrada en la terraza a las 3:30 AM en casa de la tía Blandi.

Lo cautivante: La vista de la luna y las luciérnagas a la luz de la luna desde el cantil.

La frase: “Te vendo una puerca”

Lo sorprendente: Jamás haber visto la obra “Jesucristo Superestrella” y presenciarla en la plaza a la luz de la luna.

Lo increíble: El haber estado tres días en Xilitla y no haber visitado mi paraíso (las pozas).

Lo cura: Azeneth diciendo “prostituta” en plena obra, justo cuando toda la gente se calló (estilo chavo del ocho).

El recuerdo: una cuchara con el paisaje de la silleta pintado en el fondo. “Ahora podrás enchinarte las pestañas estilo Xilita”.

Las mascotas: Joey y Sting (Cockers) y Tomás (el perico).

El reencuentro: con mi tía Anis.

El oso: decir tepetate en lugar de petate.

La envidia: toda la familia de Vianey es traga años... TODOS

Lo agobiante: el gringo intenso que se nos quería pegar a todas partes y cuando más confiadas estábamos de que lo habíamos perdido, el cuate aparecía de la nada.

El totem: un dije de plata en forma de libélula.

El chiste local: ¡Estamos contaminadas!

Lo doloroso: la cantidad de piquetes de pinolillos que dejaron estragos en mis pies.

El aroma: de la tierra mojada el domingo en la mañana cuando amaneció lloviendo.

Lo reconfortante: Dormir.

Tuesday, March 22, 2005

Hace mucho que no abría esta ventanita y mucho menos sentía la necesidad de visitarla para digitalizar las nostalgias, como diría la cuca, pero en fín... aquí estoy, con tanto sentir y tan falta de palabras.
¿Por qué siempre, las decisiones que determinan los giros radicales en mi vida las he tomado en cuestión de segundos? ¿Por qué?
Quisiera dormir... dormir mucho, pa' despertar y sentir que todo fue un sueño. Un sueño desos que acostumbro tener y que me dejan todo el día con una sensación de incomodidad, pero que desaparece al siguiente día. En verdad quisiera dormir.